Propuesta pedagógica de John Dewey:
Durante el decenio de 1890, Dewey pasó a orientase hacia un pragmatismo y el
naturalismo de la filosofía. Sobre la base de una psicología funcional y el
pensamiento del pragmatista William James, empezó a desarrollar una teoría del
conocimiento que cuestionaba los dualismos que oponen mente y mundo,
pensamiento y acción, que habían caracterizado a la filosofía occidental desde
el siglo XVII Para él el pensamiento no era un conglomerado de impresiones
sensoriales, ni la fabricación de algo llamado “conciencia”, y tampoco una
manifestación de un “Espíritu absoluto”, sino una función mediadora e
instrumental que había evolucionado para servir los intereses de la
supervivencia y el bienestar humanos.
Esta teoría destacaba la “necesidad de comprobar el pensamiento por medio de la
acción si se quiere que éste se convierta en conocimiento”.
Sus trabajos sobre la educación tenían por finalidad sobre todo estudiar las
consecuencias que tendría su instrumentalismo para la pedagogía y comprobar su
validez mediante la experimentación. Estaba convencido de que muchos problemas
de la práctica educativa de su época se debían a que estaban fundamentados en
una epistemología dualista errónea por lo que se propuso elaborar una pedagogía
basada en su propio funcionalismo e instrumentalismo.
John Dewey en su labor de padre se dedicaba a observar el crecimiento de sus
hijos y por ello estaba convencido de que no había ninguna diferencia en la
dinámica de la experiencia de niños y adultos ambos son seres activos que
aprenden mediante su enfrentamiento con situaciones problemáticas que surgen
día a día. Dewey decía que el pensamiento constituye para todos un instrumento
destinado a resolver los problemas de la experiencia y el conocimiento es la
acumulación de sabiduría que genera la resolución de esos problemas. Por
desgracia, las conclusiones teóricas de este funcionalismo tuvieron poco
impacto en la pedagogía y en las escuelas se ignoraba esta identidad entre la
experiencia de los niños y la de los adultos.
Dewey afirmaba que los niños no llegaban a la escuela como limpias pizarras
pasivas en las que los maestros pudieran escribir las lecciones de la
civilización. Cuando el niño llega al aula:
“ya es intensamente activo y el cometido de la educación consiste en tomar a su
cargo esta actividad y orientarla” (Dewey, 1899, Pág. 25).
Cuando el niño empieza su escolaridad, lleva en sí cuatro “impulsos innatos –el
de comunicar, el de construir, el de indagar y el de expresarse de forma más
precisa”lo que representa los recursos naturales de los cuales depende el
crecimiento activo del niño que lleva consigo intereses y actividades de su
hogar y del entorno en que vive y al maestro le incumbe la tarea de utilizar
esta “materia prima” orientando las actividades hacia “resultados positivos”
(Mayhew y Edwards, 1966, Pág. 41).
Esta argumentación enfrentó a Dewey con los partidarios de una educación
tradicional “centrada en el programa” y también con los reformadores románticos
que abogaban por una pedagogía “centrada en el niño”. Los tradicionalistas, a
cuyo frente se encontraba William Torrey Harris, Comisionado de Educación de
los Estados Unidos, eran favorables a una instrucción disciplinada y gradual de
la sabiduría acumulada por la civilización. La asignatura constituía la meta y
determinaba los métodos de enseñanza. Del niño se esperaba simplemente “que
recibiera, que aceptara. Ha cumplido su papel cuando se muestra dócil y
disciplinado” (Dewey, 1902, Pág. 276).
Los partidarios de la educación centrada en el niño, afirmaban que la enseñanza
de asignaturas debía subordinarse al crecimiento natural y desinhibido del
niño. Para ellos, la expresión de los impulsos naturales del niño constituía el
“punto de partida, el centro, el fin”
Para Dewey, este debate era el reflejo de otro pernicioso dualismo, al que se
opuso. Y afirmaba que en lo que se refiere al niño, hay que saber si su
experiencia ya contiene en ella elementos –hechos y verdades - del mismo tipo
de los que constituyen los estudios elaborados por adultos; y, lo que es más
importante, en qué forma contiene las actitudes, los incentivos y los intereses
que han contribuido a desarrollar y organizar los programas lógicamente
ordenados. En lo que se refiere a los estudios, se trata de interpretarlos como
el resultado orgánico de las fuerzas que intervienen en la vida del niño y de
descubrir los medios de brindar a la experiencia del niño una madurez más rica”
Una educación eficaz requiere que el maestro explote estas tendencias e
intereses para orientar al niño hacia su culminación en todas las materias, ya
sean científicas, históricas o artísticas. “En realidad, los intereses no son
sino aptitudes respecto de posibles experiencias; no son logros; su valor reside
en la fuerza que proporcionan, no en el logro que representan” .Las asignaturas
del programa ilustran la experiencia acumulada por la humanidad y hacia esto
apunta la experiencia inmadura del niño. Y Dewey concluía con estas palabras:
“Los hechos y certezas que entran en la experiencia del niño y los que figuran
en los programas estudiados constituyen los términos iniciales y finales de una
realidad. Oponer ambas cosas es oponer la infancia a la madurez de una misma
vida; es enfrentar la tendencia en movimiento y el resultado final del mismo
proceso; es sostener que la naturaleza y el destino del niño se libran batalla”
La pedagogía de Dewey requiere que los maestros realicen una tarea
extremadamente difícil, que es “reincorporar a los temas de estudio en la
experiencia” (ibid., pág. 285). Los temas de estudio, al igual que todos los
conocimientos humanos, son el producto de los esfuerzos del hombre por resolver
los problemas que su experiencia le plantea, pero antes de constituir ese
conjunto formal de conocimientos, han sido extraídos de las situaciones en que
se fundaba su elaboración.
Para los tradicionalistas, estos conocimientos deben imponerse simplemente al
niño de manera gradual, determinada por la lógica del conjunto abstracto de
certezas, pero presentado de esta forma, ese material tiene escaso interés para
el niño, y además, no le instruye sobre los métodos de investigación
experimental por los que la humanidad ha adquirido ese saber.
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